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PSICOFÁRMACOS Y SINHOGARISMO EN BARCELONA

Este último verano, el periodista especializado en desigualdades y derechos humanos de TV3 Ferran Moreno, a través de un reportaje (16/06/2024) ponía en primer plano un aspecto de la realidad de las casi 1.400 personas que viven en la calle en la ciudad de Barcelona. En este colectivo se ha ido extendiendo el consumo de psicofármacos como el Rivotril o la Lyrica que consiguen en el mercado de reventa ilegal, o de los blísteres rechazados que encuentran más de una vez removiendo por los contenedores. Dos psicofármacos -una benzodiazepina (Clonazepam) y un anticonvulsivo (Pregabalina) respectivamente- que se recetan normalmente para el dolor, la ansiedad generalizada o para tratar las convulsiones de tipo febril o epilépticas, con un efecto sedante, tranquilizante y que actúan como inductores del sueño. Se calcula que el 50% de las personas sin hogar hace consumo de estas sustancias. La motivación es obvia, quieren alejarse y olvidar la conciencia de precariedad en la que viven cotidianamente, de las pérdidas que arrastran, del desarraigo en el que se encuentran, buscando una forma de aislamiento mental psicofarmacológico que sustituya la protección de las paredes de una vivienda, queriendo evadirse de las sensaciones de vergüenza, de abandono y despersonalización que han de soportar en el interior de la gran metrópoli.

 

En los últimos años, algunas de las personas sin hogar que han entrado en tratamiento en el CECAS relatan también consumos indiscriminados de estos dos psicofármacos concretos, pero también de otros, como habitualmente se ha ido haciendo en décadas pasadas. Unos psicofármacos que ponen en riesgo su salud, pues pueden provocar reacciones adversas y crear dependencia. Como dice en el reportaje la doctora Montse Pérez López, fundadora de Salut Sense Sostre y voluntaria colaboradora del Hospital de Campaña de la Parroquia de Santa Anna de Barcelona que atiende a esta población, si hace unos años atrás las bolsas de disolvente y el Trankimazin (también una benzodiazepina) eran las sustancias más usadas de forma clandestina por la gente de calle, ahora lo son el Rivotril y la Lyrica. Aunque no ha desaparecido el consumo de otras benzos y otras sustancias.

 

Seguramente faltan medios para abordar las problemáticas particulares de estas personas, en las que su historia de vida y proyecto vital parece haber quedado parado en el marco de una especie de población anónima que convive diariamente entre nosotros. En el reportaje, Ester Aranda, miembro de la Dirección de Reducción de Daños de la Asociación Bienestar y Desarrollo (ABD), pone énfasis en esta falta de recursos, y nos recuerda que "los psicofármacos han estado en el mercado ilegal desde que existen" y que el foco del problema en el fondo no debe buscarse tanto en la sustancia, sino en otros factores que causan el sinhogarismo.

 

Ferran Moreno acaba la información periodística dando las cifras oficiales del Departamento de Salud de la Generalitat de la cantidad de personas que estuvieron recetadas con estos psicofármacos el año pasado: 184.000 recetas de Lyrica; 87.000 de Rivotril. Muchas de las cajas pueden contener hasta 56 pastillas.

 

Este final de reportaje nos debería interrogar y orientar la mirada hacia otra cara de la misma realidad. ¿Son pocas recetas?, son muchas?, son las necesarias?... son la realidad que tenemos ahora. Desde hace más de media década España ha pasado de ser el segundo país del mundo en administración de psicofármacos, a ser el primero. El primero era Portugal. Según el informe de la JIFE (Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes) hoy en día España es el primer país del mundo en índice de consumo por 100.000 habitantes de benzodiazepinas, medicamentos psicotrópicos -como decíamos- utilizados fundamentalmente para tratar casos leves de ansiedad, insomnio y trastornos emocionales. 50 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. Estos datos reafirman los que la AEMPS (Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios) han ido reflejando.

 

Es paradójico y hasta grotesco que la Península Ibérica, un destino turístico tan valorado por los visitantes que vienen a disfrutarlo por sus múltiples cualidades, tenga tan elevado el índice de prescripción de psicofármacos.

 

Parte de la explicación probablemente apuntaría hacia el sistema de salud de la atención primaria. Unos dispositivos estresados, con falta de recursos, que deben engullir muchos de los malestares de la población y en el que los médicos de familia se encuentran colapsados. Muchas de las problemáticas relacionadas con trastornos depresivos, de ansiedad, emocionales, del sueño... no son derivadas al especialista por largas listas de espera, y el médico del CAP acaba recetando algún psicofármaco como remedio. En el sistema de salud español, la falta de especialistas en el sector clínico de la salud mental también es una realidad. La ratio de psiquiatras en el SNS español es de 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, cuando en Francia, Noruega o Alemania la duplican, y es 5 veces más elevada en Suiza. Si hablamos de psicólogos, por cada 100.000 habitantes la ratio española es de 6, mientras que la media europea es de 18. Cataluña y Navarra tienen 12, pero por ejemplo Andalucía tiene una ratio de 3. Muchas de las problemáticas que conllevan algún tipo agudo de sufrimiento emocional transitorio podrían tratarse con algún psicofármaco temporal, pero necesitarían sobre todo algún tipo de apoyo psicoterapéutico que disminuyera el uso de unas sustancias que también pueden crear dependencia. Procesos de pérdida, de separación, de ansiedad por inseguridades y miedos, de depresión por conflictos propios del ciclo vital, que deberían tener algún tipo de apoyo y acompañamiento temporal en unas sociedades como las nuestras, cada vez más líquidas, más conectadaspero en realidad con menos calidad de vínculos afectivos para compartir la intimidad entre las personas y poder elaborar de forma natural estas crisis evolutivas. Y según las estadísticas, los jóvenes y adolescentes son los colectivos que más lo van sufriendo. Cada vez se ve más claro y los esfuerzos de los sistemas de salud deberán incrementar este servicio.

 

Aparte de esta cuestión, la picaresca de los usuarios de la salud pública y la falta de control hace que las recetas de Rivotril u otras benzodiazepinas aumenten y circulen por el mercado negro vendiéndose fácilmente. El volumen de estas sustancias dentro del mercado clandestino no es menor. Desde hace unos años el mercado ilegal de Rivotril y otras benzodiazepinas se ha desplazado a Marruecos donde se mezcla con hachís y se consume como droga llamada karkubi o droga de los pobres, exportándose cada vez más también a España y al resto de Europa. Una mezcla de sustancias que en ocasiones puede también contener anfetamina, y que consumida con alcohol resulta una combinación potente que produce estados al mismo tiempo de euforia y relajación, que crea confusión, alucinaciones y cierto estado de alerta y energía que puede favorecer comportamientos agresivos, reacciones adversas para el organismo y desencadenar trastornos mentales latentes.

 

Pero aunque vaya mejorando la atención primaria y se racionalice la administración de psicofármacos, las personas sin hogar continuarán con la necesidad de sobrevivir material y mentalmente, encontrando otras sustancias para evadirse, porque los parámetros que crean su situación son otros, más complejos y relacionados con problemas de fondo de carácter psicosocial, socioeconómico y cultural que sufren nuestras sociedades.

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